Al volver al departamento, Fernanda y Enzo estaban tan felices que parecía que nada más importaba. Él la miró con adoración y la besó de nuevo.
—Yo... —comenzó a decir, pero las palabras se atoraron en su garganta, abrumado por la intensidad de sus sentimientos.
Fernanda se sonrojó, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.
—Te esperaré —susurró Enzo, besando suavemente su frente—, hasta que tú quieras ser totalmente mía, siempre esperaré por ti.
Fernanda sonrió, sintiendo que su alma se llenaba de una dicha que jamás había experimentado. Entró a su habitación y lanzó un suspiro.
"Ojalá estuvieras aquí, mamá, y vieras lo feliz que soy —pensó, mirando su anillo de compromiso—. Soy amada, y no tengo que sentirme obligada a hacer nada que no quiero. ¡Soy tan feliz, madre!"
Al día siguiente, Fernanda se reunió con su hermana Pía. Se saludaron, y Fernanda lucía radiante de felicidad, lo que contrastaba con la mirada de duda de Pía.
—Gracias por pedir vernos, Fer —dijo Pía, con un tono de