Enzo sonrió con ternura mientras miraba a Ziara jugar en el jardín.
La risa de la pequeña llenaba el aire, un sonido puro y alegre que parecía hacer eco en su corazón.
Enzo se sintió afortunado de poder compartir esos momentos con ella, de ser parte de su vida.
Sin embargo, su mente no podía evitar que sus pensamientos vagaran hacia Fernanda, la mujer que había capturado su atención de una manera que nunca había imaginado.
Con un gesto suave, Enzo llevó a Ziara a jugar en el salón de juego, donde los otros niños comenzaron a jugar con ella.
Mientras ella se sumergía en su mundo de juegos, Enzo se permitió un momento para observar a Fernanda.
Ella estaba allí, bajo el cielo estrellado, su rostro iluminado por la luz de la luna, y Enzo sintió que el tiempo se detenía.
Decidido a dar un paso adelante, se acercó a ella. El aire estaba impregnado de un silencio expectante, y cuando sus miradas se encontraron, el mundo a su alrededor pareció desvanecerse.
—Me gustas, Fernanda —dijo Enzo, su