—¡Tanto que has insultado a Alexis, pero te convertiste en lo que él fue! —la voz de Sienna retumbó en el pasillo del hospital, cargada de rabia contenida.
—¡Sienna, soy tu hermano! —replicó Félix, con desesperación, como si ese lazo de sangre fuera suficiente para justificarlo.
—Y no por eso voy a defenderte —respondió ella, con los ojos encendidos como brasas—. Menos aún cuando vi las lágrimas de una mujer derramarse por tu causa. Me avergüenzo de ti, Félix. Si eres hombre, lo mínimo que harás es dejarla ir.
Sienna se alejó con pasos firmes, y aunque su espalda ya no lo miraba, el fuego de su mirada seguía quemando en el aire.
Félix quedó ahí, clavado en el pasillo, con el corazón, martillándole el pecho y el alma hecha pedazos.
Nunca imaginó que su hermana lo enfrentaría de esa manera, nunca pensó que sería ella quien lo desnudara con palabras tan duras.
Por un instante quiso gritarle que lo entendiera, que todo había sido un error, pero no salieron palabras. Solo silencio.
Se oblig