—¡Si vuelves a intentar alejarme de mi hija… te mataré! —escupió Sienna con la voz rota por la furia—. ¡Y si vuelves a permitir que esa perra le haga daño, como cortarle el cabello a mi hija, otra vez, te juro que te mataré! Por mi hija soy capaz de todo, ¿me escuchas? ¡De todo!
Alexis parpadeó, frunciendo el ceño, como si tratara de descifrar un idioma desconocido.
Sus ojos reflejaban más confusión que culpa, como si ni siquiera entendiera el peso de las acusaciones.
Orla, que estaba cerca, abrió la boca para intervenir, pero la tensión en el aire era tan densa que parecía que hasta el sonido se quebraría si alguien más hablaba.
Sienna lanzó el cuchillo al suelo, con el pecho agitado, intentó apartarse de la escena.
Dio un paso hacia la salida, buscando el aire que le faltaba.
Pero Alexis reaccionó como un animal acorralado.
Avanzó rápido, la alcanzó y le agarró el brazo con tanta fuerza que sus dedos se hundieron en su piel.
—¿Cómo demonios llegaste aquí? —rugió, su voz cargada de