El trayecto hasta la casa fue silencioso, roto solo por el suave ronroneo del motor y el sonido de la respiración de Melody, que no dejaba de mirar por la ventana con ojos curiosos.
El camino bordeaba un sendero de árboles altos, cuyas copas se mecían como si saludaran a la pequeña.
Finalmente, el auto se detuvo frente a una majestuosa casa de fachada clara, con un amplio jardín cubierto de flores recién regadas que exhalaban un aroma fresco y dulce. El césped estaba tan perfectamente cuidado que parecía una alfombra verde, y un par de estatuas de mármol custodiaban el portón principal.
—Mami… —la vocecita de Melody rompió el silencio—. ¿Qué es aquí?
Sienna apenas pudo sonreír.
Antes de que ella respondiera, Félix giró en el asiento delantero, con esa calma reconfortante que parecía envolverlo todo, y pasó su mano grande y cálida por el cabello de la niña.
—Está, pequeña —dijo con suavidad—, es tu nuevo hogar.
Los ojitos de Melody brillaron.
—¿Es… la casa de mami?
Félix asintió con un