—¡Nunca!
El grito de Alexis retumbó como un trueno en los pasillos del hospital.
Con un movimiento brusco, se soltó de los brazos que intentaban detenerlo y se abalanzó sobre Tessa.
Sus manos la sujetaron con fuerza, y por primera vez, ella, la mujer siempre calculadora, sonrió nerviosa, pero con miedo en los ojos.
—A-Alexis… —balbuceó, retrocediendo un paso—. ¿Qué haces aquí?
Pero él no respondió.
Su respiración era agitada, su mirada oscura, y en ese instante, lo único que importaba para Alexis era encontrar a su hija.
La furia lo devoraba, como un fuego imposible de apagar.
Se giró y corrió por el pasillo, empujando todo lo que encontraba a su paso.
Tessa, temblando, lo siguió, sus tacones resonando con un eco desesperado contra el suelo.
El corazón de Alexis golpeaba en su pecho, cada latido era un recordatorio del peligro en que estaba su niña.
Cuando llegó a las habitaciones, dos enfermeros intentaron detenerlo.
—¡No puede pasar! —gritó uno, extendiendo los brazos.
Alexis no lo