Las manos de Sienna temblaban como si fueran de papel bajo una tormenta.
Apenas podía sostener los sobres médicos que tenía entre los dedos.
El aire dentro del auto parecía volverse espeso, irrespirable, como si el mundo se hubiera detenido a su alrededor. Su corazón golpeaba tan fuerte en su pecho que sentía que en cualquier momento iba a desgarrar sus costillas.
Era una locura. Una gran locura. Algo que desafiaba toda lógica. Una verdad tan cruel y retorcida que sus pensamientos no lograban procesarla.
Respiró hondo, intentando calmarse, pero sus manos seguían sudorosas.
Cerró los ojos un instante, reunió fuerzas, y abrió el segundo sobre. Apenas sus ojos recorrieron las primeras líneas, la sangre se le heló en las venas. La respiración se le atascó en la garganta.
Lo que leyó la paralizó aún más que el primer resultado.
—No puede ser… —susurró, con la voz quebrada.
Sus dedos temblaron tanto que casi dejó caer el papel. Una lágrima rodó por su mejilla, no de tristeza, sino de rabia