—¡No te voy a perder ahora! —la voz de Félix retumbó en la habitación, cargada de un dolor feroz y un amor desesperado.
No esperó respuesta.
La besó de nuevo con una fuerza que le quemaba los labios, como si en ese contacto se jugara la vida. Pero Orla rompió el beso, apartando su rostro con lágrimas en los ojos.
—¿Qué quieres de mí, Félix? —preguntó con un hilo de voz, vulnerable, herida, incrédula ante el hombre que la sujetaba con tanto ímpetu.
Él no dudó ni un instante.
—Amor. Y perdón —respondió con el alma desnuda.
Sus labios descendieron por el cuello de ella, con besos lentos, ardientes, como gotas de lluvia que la empapaban hasta el alma.
Cada roce era un lamento y una súplica.
—¡Ah… ¡Félix! —gimió ella, temblando entre la contradicción de rechazarlo o entregarse de nuevo.
—Te amo, Orla —susurró él, con la voz rota de emoción—. Y te lo voy a demostrar. Te voy a enamorar otra vez, y no pararé hasta que vuelvas a amarme como la primera vez.
Sus palabras la desgarraron.
Su cuer