Sienna se detuvo frente a la tumba de su hermana.
El mármol frío y recién colocado llevaba grabado un nombre que aún le resultaba difícil pronunciar sin sentir que una daga se le clavaba en el pecho.
El viento agitaba sus cabellos, acariciando su rostro húmedo por las lágrimas que no había podido contener durante toda la ceremonia.
Lanzó un suspiro entrecortado.
No podía olvidarlo. Aquella mujer, muerta y enterrada bajo tierra, había sido su hermana pequeña, aquella niña a la que alguna vez quiso con toda su alma, la favorita de su madre, la consentida… pero también la enemiga más cruel que había tenido en la vida.
En ella habían coexistido la sangre compartida y la rivalidad más amarga, los recuerdos felices y los odios que jamás cicatrizaron.
Y ahora, muerta ella, moría también gran parte de su dolor. Una herida abierta se cerraba con tierra, aunque en lo profundo aún ardiera.
—Te quise… demasiado —susurró, con la voz quebrada, mientras el viento movía sus cabellos como si quisiera