Al llegar a casa, la atmósfera estaba cargada de una tristeza silenciosa. Nadie se atrevía a hablar demasiado alto, como si las palabras pudieran romper el frágil equilibrio que los sostenía.
Fue entonces cuando se enteraron de la cruel noticia que terminaría de desgarrarles el corazón.
Sienna, con el alma hecha pedazos, llevó a la pequeña Nelly a dormir con ella y con Melody.
La niña estaba cansada, con los ojos hinchados de tanto llorar, pero apenas se recostó, el sueño la venció.
Horas después, en medio de la noche, Nelly despertó sobresaltada al escuchar la voz dulce de su primita Melody.
—¡Nelly, volviste! —exclamó con inocente alegría, abrazándola de inmediato—. ¿Dónde estabas?
Nelly se frotó los ojitos y, con un hilo de voz quebrado por el llanto, confesó:
—Tuve mucho miedo, Mel…
La otra niña la estrechó con fuerza, como si su abrazo pudiera ahuyentar los horrores que Nelly había vivido.
—¡No te preocupes, yo te voy a cuidar!
Y en ese gesto infantil y puro, ambas niñas se abraz