Cuando Tessa se enteró de que Alexis había viajado a Ovyu, sintió cómo la sangre le hervía en las venas.
El vaso que sostenía en la mano tembló hasta derramar unas gotas sobre la alfombra, pero ni siquiera se dio cuenta.
—¿No te das cuenta, Orla? —exclamó, casi gritando—. ¡Esa niña no es suya! Sienna solo lo va a destrozar más de lo que ya está. ¡No puedo permitirlo!
Orla, sentada frente a ella, la observó con una mezcla de fastidio y cansancio.
—Ese es el problema de Alexis, Tessa. No tuyo —respondió con voz firme—. No te metas en asuntos que no te competen. Mi hermano te ha ayudado demasiado, pero no te confundas: no eres su dueña. Tessa, no piensen en mi hermano como un hombre, él nunca va a amarte.
El silencio posterior fue denso como plomo. La mirada de Tessa se llenó de odio, pero no respondió.
Orla se levantó, recogió sus cosas y salió del salón sin mirar atrás.
Tessa quedó sola, con los músculos tensos y el pecho agitado. Se sentía ardiendo por dentro, como si una hoguera se h