La puerta del baño se abrió de golpe, con una violencia que hizo retumbar las paredes.
El agresor levantó la cabeza, y lo primero que vio fue el cañón negro de una pistola apuntándole directo a la frente.
En el umbral, un hombre alto y, vestido con un traje oscuro, impecable, irradiaba una autoridad feroz.
Su rostro era duro, las sombras acentuaban su mandíbula y sus ojos… aquellos ojos eran los de un depredador.
—¡Suéltala… o te mato aquí mismo! —rugió con una voz grave, cargada de amenaza.
El atacante aflojó la presa de inmediato.
Sus manos temblaron mientras apartaba a Sienna, como si de pronto se hubiera dado cuenta de que había tocado algo sagrado e intocable.
—La tocaste… —dijo el recién llegado, con una calma tan fría que helaba la sangre—. Ahora pagarás por esto.
Giró la cabeza hacia un par de hombres que aguardaban en la puerta, armados y con semblantes pétreos.
—Llévenselo. Afuera. Y que no vuelva a respirar.
El agresor comenzó a balbucear súplicas, lágrimas y sudor mezclánd