31. Entre estrofas y latidos
Matías no está dispuesto a ceder terreno. Cada segundo que logre compartir con Elara es una oportunidad que no dejará pasar. Así que, mientras la espera al pie de la gran escalera del vestíbulo, su mente trabaja sin descanso. Improvisa poses frente al barandal, cambiando el ángulo de su sonrisa, ajustando el porte de sus hombros, practicando cómo saludarla.
—Buenos días, mi reina —murmura para sí, probando el tono justo: ni demasiado solemne, ni demasiado confiado. Pero cuando llega a la parte donde debería invitarla a algún sitio, se atasca. ¿Dónde podría llevarla? Seguro ya ha recorrido el palacio de arriba abajo. Necesita pensar en algo distinto. Y necesita hacerlo ya.
Arriba, en el dormitorio de Elara, las costureras terminan de tomar las últimas medidas. Una de ellas informa con un leve asentimiento que todo está listo. La Madre Luna, con una sonrisa breve y contenida, las despide. Las mujeres recogen la caja que guarda el vestido elegido y abandonan la habitación en silencio.