30. Entre puertas cerradas y corazones abiertos
—Y luego me trajeron ese caballo, uno de esos que nadie se atrevía a tocar. Tenía cicatrices por todos lados y una mirada que prometía patearte hasta el alma —dice Badru, recargado con soltura en el marco de la puerta del balcón—. Tres días me tomó domarlo. Tres. Lo monté sin silla, sin riendas. Solo yo, él, y su furia.
Elara lo observa, divertida, con los brazos cruzados.
—¿Y también le susurraste cosas al oído hasta que te amara? —pregunta con tono burlón.
—No. Le gruñí. Más efectivo.
Justo entonces, llaman a la puerta. Un par de golpes secos, seguidos de un silencio expectante.
—Adelante —dice Elara, aún sonriendo.
La puerta se abre y la Madre Luna Evelyn aparece, erguida, majestuosa, con una expresión que mezcla cortesía y picardía. A su espalda, dos costureras sostienen una gran caja blanca.
Evelyn alza una ceja al ver a Badru en la habitación.
—¿Interrumpo algo? —pregunta con suavidad venenosa, como quien lanza una red invisible a ver qué atrapa.
Elara suelta una risa l