31. Cabalgata que arrastra el pasado
Elara camina a pasos apresurados por el corredor del ala oeste, con el corazón desbocado y la mente hecha un caos. Rechaza con furia lo que acaba de sentir por Matías. No debería ser así. No puede ser así. «Esto es una maldición», piensa. «Estoy aquí por venganza. El amor no puede, no debe interponerse».
Cada latido le recuerda esa cercanía, ese impulso de besarlo, de entregarse…, y eso la hace sentirse ultrajada, como si algo dentro de ella hubiera sido invadido. Lo que ha sentido no nació de ella, lo sabe. Lo reconoce. Es un eco de un pasado que no le pertenece, un sentimiento heredado, incrustado en su alma por un destino cruel. Amar porque alguien ya amó antes. Qué condena más vil.
Cruza la puerta trasera del vestíbulo y llega al jardín interno del palacio. El aire fresco y el perfume de las flores no logran calmar su desasosiego. Y entonces la ve: Clarissa, la joven sirvienta, de rodillas entre los arbustos, con un ramo de claveles recién cortados en las manos.
Clarissa se pon