15. Lo que el silencio no dijo
La puerta de cristal continúa entreabierta. Damián se mantiene de pie justo en el umbral, con el rostro bañado por la pálida luz lunar. La brisa nocturna ondea levemente su gabardina negra, y aunque su postura es relajada, sus ojos recorren el cuerpo de Elara con tensión, sin disimulo.
Sentada en el diván, a solo unos pasos de él, Elara cruza las piernas y lo observa en silencio. Tiene esa calma templada de quien se siente segura, incluso ante un depredador.
—Si supieras lo que realmente soy —murmura Damián con una sonrisa sesgada—, no me dejarías entrar a tu habitación. Tendrías cada ventana cerrada, cada puerta sellada.
—Sé exactamente lo que eres —responde ella, sin moverse, con una sonrisa tranquila y segura que lo desarma un poco.
—¿Ah, sí? Entonces dime… ¿qué soy?
—Un vampiro —responde ella, como si se tratara de una obviedad. Como si siempre lo hubiera sabido.
Él suelta una risa baja, sin humor, y la mira fijamente.
—Entonces deberías temerme —dice, acercándose un poco má