El contrato

CAPÍTULO 3

El contrato

¿Qué?

¿Embarazada? 

¿Su hijo?

El mundo se detuvo de golpe. Luego se inclinó sobre su eje, lanzándola a un vacío silencioso y ensordecedor. 

Lo que  Alexander Hale decía coincidía con sus malestares repentinos.  Los que ella justificaba alegando ser consecuencias de sus extenuantes jornadas de trabajo.

  —«Está embarazada. Y ese hijo, por supuesto, es mío.»

Lo que él acababa de decir no eran simplemente palabras. Eran ladrillos que construían un muro a su alrededor, formando una prisión de la que no tenía escapatoria. 

Por un instante,  un zumbido agudo penetró en sus oídos. Todo a su alrededor se desvaneció en un punto borroso.

— ¡Usted miente! —escupió, aterrada por el peso de la realidad. 

Una risa rota, desquiciada, brotó de sus labios—. ¿Ese es su siguiente movimiento? ¿Inventarse algo tan… tan retorcido para salirse con la suya? 

Él no se inmutó al escuchar su acusación. Su calma era la parte más aterradora. Era como gritarle a una montaña.

—Yo no miento sobre estas cosas, Samantha. No soy un mentiroso. Y esto es muy serio.

Se acercó a su maletín y sacó otro documento.  Era un informe de laboratorio, sellado con el logo de una prestigiosa clínica privada. Lo deslizó sobre la mesa hacia ella.

— El hotel realiza análisis de sangre anuales a todo el personal. Es política de la empresa. Su muestra fue tomada hace tres días. Yo simplemente agilicé el procesamiento y solicité un panel completo.

Samantha miró el papel como si fuera una serpiente. No quería tocarlo. No quería leerlo. No quería saber que él decía la verdad.

—No tiene ningún derecho a…

—Tengo todos los derechos cuando se trata de la continuidad de mi linaje. —la interrumpió, su voz fue tan  cortante como el diamante.

—Vea la sección 4. El nivel de gonadotropina coriónica humana. hCG. El marcador del embarazo. El suyo no solo es positivo. Es notablemente alto para una gestación temprana.

El aire se le atascó en la garganta a Samantha. Su propia mente, su propio cuerpo, la traicionaron haciéndola temblar. 

De repente, las piezas encajaron con una claridad en su cabeza. Todo empezó a tener sentido.

El cansancio que había atribuido a las largas horas de trabajo. Las sutiles náuseas matutinas que había ignorado, culpando al café barato de la cafetería de empleados. 

El ligero pero persistente dolor en sus pechos. Había creído que era por culpa del estrés. El leve aumento de peso. Todo encajaba a la perfección. 

Levantó la vista del informe, sus ojos se encontraron con los de él. El pánico que la había gobernado se transformó en horror.

Se había convertido sin planearlo en madre. En la madre del hijo del CEO.

Samantha lo miraba sin saber qué decir. 

Alexander esperaba lágrimas. Esperaba un colapso nervioso. Esperaba que ella tomara el bolígrafo con manos temblorosas y firmara su rendición, aceptando su propuesta de inmediato. 

Pero no obtuvo nada de eso.

Samantha respiró hondo, profundo.Y cuando habló, su voz era sorprendentemente estable, despojada de toda histeria.

—¿Qué es exactamente lo que quiere de un hijo, Señor Hale? — la pregunta lo descolocó por una fracción de segundo. No la esperaba. 

—¿Un heredero?  – respondió. 

— ¿Una pieza  para su tablero de ajedrez? ¿Alguien a quien moldear a su imagen y semejanza, tan frío y vacío como usted?

Su rostro se tensó. Una emoción, rápida como un relámpago, cruzó por sus ojos. ¿Ira? ¿Dolor? ¿Indignación? Tal vez.

—Quiero un heredero que no venga con las complicaciones de un matrimonio. Quiero estabilidad. Y quiero que mi hijo tenga mi nombre, mi protección y todo lo que le corresponde por derecho de nacimiento. 

Señaló el contrato de nuevo.

—  Esto no es un castigo, Samantha. Es una solución para todos sus problemas. La única solución lógica para esto. 

— Mi hijo no conocerá la palabra "necesidad". Tendrá el mundo a sus pies. ¿No es eso lo que toda madre querría para su hijo?

"¿Toda madre?" 

Esa frase resonó como un golpe seco en el cráneo de Samantha. Ella no pretendía ser una madre. No tan pronto. No tan joven.

Ella era una chica llena de deudas que trabajaba duro para pagarlas. Y ahora, sin querer se había convertido en la incubadora viviente del heredero de Alexander Hale. 

Se acercó a la mesa, sintiendo el peso de mil miradas invisibles sobre ella. La de su propia madre, cuya cara de perpetuo cansancio era su motor de vida. La del niño sin rostro que ahora dependía de su decisión.

—Si firmo esto… —comenzó, con voz baja.

— Pondré condiciones. ¡Mis condiciones!

Alexander la miró, intrigado. El juego había cambiado de reglas.

—La escucho – dijo, colocando su teléfono sobre la mesa para grabar lo que ella diría. 

—En primer lugar no viviré aquí. No seré su prisionera. Quiero mi propio espacio. Un lugar donde pueda respirar. 

—Hizo una pausa, reuniendo fuerzas para continuar.

— Y mi madre… su casa está a punto de ser embargada. Esa deuda desaparecerá. Mañana mismo. Usted se asegurará de que ella nunca más tenga que preocuparse por el dinero.

—Lo de su madre, considerado y hecho. Está en la cláusula 7, apéndice B. —respondió él al instante, demostrando que ya lo había anticipado todo.

— Y en cuanto a su propio  espacio… También está considerado en el contrato. 

La eficacia de Alexander era insultante para Samantha. Ella apretó la mandíbula y se irguió tomando valor. 

—Y lo más importante. —Lo miró fijamente, vertiendo toda la fuerza que le quedaba en sus ojos.

— Este niño… o niña… nunca será solo "su heredero". Tendrá amor. Tendrá calidez…

— Y si usted no es capaz de ser un padre, más allá de un proveedor, entonces aprenderá a serlo. O se mantendrá al margen de su crianza. 

Un silencio tenso llenó toda  la habitación. Él la estudió durante un largo rato, su rostro era una mezcla de irritación y una pizca de algo que parecía… respeto a regañadientes.

La miró fijamente pensando: Hermosa y testaruda. Un conflicto interesante.

—Sus condiciones son aceptadas. —dijo finalmente. El nuevo contrato estará listo en una hora.  Una vez listo firmará. 

Envió el audio a su abogado y solo fue cuestión de esperar.  

Los minutos se volvieron años en aquel lujoso penthouse.  Una vez llegó el abogado con el nuevo contrato,  era cuestión de firmar. 

El bolígrafo que él le ofreció era pesado. Se sentía como un arma. Cada fibra de su ser gritaba que corriera de allí, que luchara.

 Pero ¿luchar con qué? ¿Contra qué? ¿Contra un magnate como Alexander Hale? Eso era imposible. 

Él le ofrecía la seguridad al niño que ella con su sueldo  nunca podría darle. Al firmar ese contrato le estaba comprando el futuro de su hijo con la venta del suyo.

Con un movimiento que se sintió como una rendición, tomó el bolígrafo. Su mano tembló al trazar las letras de su nombre en la línea de puntos. La tinta negra selló su destino. 

Samantha Morgan dejaría de existir. De ahora en adelante llevaría el apellido Hale.

Se apartó de la mesa, sintiéndose extraña,  vacía, hueca. Sabía que había hecho lo correcto por su hijo. Pero esa decisión pesaba como concreto sobre sus hombros. 

Había renunciado a su libertad y a su sueño de convertirse en una famosa modista.

—Bien. —dijo Alexander, revisando la firma con una satisfacción puramente empresarial. Guardó el contrato en su maletín y despidió con un gesto de cabeza a su abogado. 

— Mi asistente se pondrá en contacto con usted mañana con los detalles de su nuevo apartamento y las transferencias a su nombre. 

— Le enviará un teléfono nuevo. El suyo ya no es seguro.

Samantha solo asintió, demasiado agotada para hablar. Solo quería irse. Huir de la suite y  llorar.

Creyendo que eso era todo,  se giró para marcharse.

—Samantha. Hay algo más. 

Ella se detuvo, pero no se giró. 

—Hay una última cosa que debe saber. Y es urgente que lo sepa.

Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Qué más podía haber? Él ya lo había dicho todo ¿o no?

—La razón por la que investigué su análisis con tanta… celeridad —dijo él, y su tono había cambiado; ya no era el del negociador, sino algo más grave—, no fue solo por confirmar el embarazo.

Lentamente, ella se giró para mirarlo. Él la miraba fijamente, con su rostro serio.

—Los marcadores en su sangre, Samantha. Los niveles de hCG. Son inusualmente altos. Anormalmente altos. —Hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras la aplastara.

— Mi médico personal quiere verla. De inmediato. Él me ha informado que en embarazos de alto riesgo como este, con niveles tan elevados… a veces, no se trata de un solo niño…sino, de dos.

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