El aroma a café recién hecho choca con el dulce perfume de los girasoles que decoran mi escritorio. La caja de chocolates artesanales brilla bajo la luz fluorescente, la tarjeta de Diego descaradamente expuesta como una declaración de territorio.
"Para endulzar tu día. Nos vemos esta noche. -D"
Mi sonrisa se congela cuando la temperatura en la oficina parece bajar diez grados. Jesús emerge de su despacho como una sombra elegante, sus ojos clavados en el ramo como si pudieran reducirlo a cenizas con solo mirarlo.
No dice nada. No hace falta. El mensaje está claro en la línea tensa de su mandíbula, en su manos apretando su taza de café.
—Parece que alguien tiene admirador —Sofía cuchichea cerca de mi oído, su voz melosa como miel envenenada—. ¿Finalmente encontraste a alguien de tu nivel?
—Alguien con vida social, al menos —respondo con sequedad, guardando los chocolates en el cajón. Pero no antes de ver cómo la mirada de Jesús sigue cada movimiento, cada temblor de mis dedos.