Mi frente choca contra el escritorio con un golpe sordo. El sueño me arrastra hacia abajo como una marea negra, pero justo cuando estoy a punto de rendirme, una voz corta el aire como un látigo.
—¿En serio duermes en horario laboral?
Levanto la cabeza con un sobresalto. Jesús está frente a mí, su traje impecable, su corbata perfectamente anudada, sus ojos llenos de una furia helada que me hace encogerme.
—Lo siento, es que...
—No me interesan tus excusas —interrumpe, lo suficientemente alto para que todos en la oficina lo escuchen—. Esto no es un spa.
¿Por que me trata así? Sé que está molesto pero no tiene que tratarme así, hacerme daño, humillarme frente a todos.
Sofía suelta una risita desde su escritorio. La vergüenza me quema las mejillas. Andrea me toma del brazo y me arrastra hacia el baño antes de que las lágrimas que nublan mi visión puedan caer.
—¿Qué diablos le pasa? —pregunta, mojando una toalla de papel para pasármela por la cara—Nunca lo había visto así.
—Ka