La oficina de Lumbre respira con su ritmo habitual cuando entro, pero el aire cambia en cuanto mis ojos encuentran a Jesús al fondo del pasillo. Está de pie frente a las ventanas del piso 40, su silueta recortada contra el cielo mañanero.
No me mira. No se gira. Pero sé que siente mi presencia igual que yo siento la suya: como una corriente eléctrica bajo la piel.
—¿Vas a quedarte ahí plantada como estatua o vas a trabajar? —la voz de Sofía me saca del trance, seguida de su risa afilada.
Me giro para encontrarme con sus ojos brillantes de malicia, mientras Andrea le lanza una mirada asesina.
—Perdón, no sabía que eras mi supervisora —contesto, pasando junto a ella hacia mi escritorio.
Sofía no se amilana. Se apoya en mi mesa, inclinándose como si fuera a compartir un secreto de estado.
—Hablando de supervisiones... ¿Sabías que Adriana Martínez está en el edificio? —susurra, aunque lo suficientemente alto para que medio piso la escuche.
El nombre no me significa nada, pero