El silencio en la oficina resulta más estridente que cualquier ruido cuando cruzo la puerta. Sé que llego tarde, pero después de lo ocurrido esta mañana, cada paso hacia el edificio ha sido un suplicio. Mis piernas parecen pesar toneladas, como si arrastraran el peso de nuestros pecados.
—Qué curioso —murmura Sofía, pasando un dedo por el borde de mi escritorio con una sonrisa afilada—. Algunas personas pierden la noción del tiempo cuando tienen... compromisos inesperados.
Ni siquiera me molesto en responder. Toda mi atención está cautiva tras la puerta cerrada de la oficina de Jesús, donde las voces ahogadas crean una sinfonía de ira.
Claudia y él.
Las palabras son indistinguibles, pero el tono corta el aire como navajas. Cada sílaba apagada hace que mi estómago se contraiga. ¿Están discutiendo por mí? ¿Por lo de anoche? ¿Por ese beso que aún me quema los labios?
Cuando la puerta se abre violentamente, Claudia emerge primero. Su belleza impecable está distorsionada por una