El estudio de Jesús huele a madera envejecida y whisky caro, pero lo que más me embriaga es su cercanía. Sus nudillos rozan mi nuca con una delicadeza que contradice la intensidad de su mirada.
—Te llamé por algo más importante —dice, y su voz es arena contra seda.
Mi corazón late tan fuerte que temo que lo escuche. Esto está pasando. Finalmente está pasando. Las imágenes de mi sueño regresan con fuerza: sus manos desabrochando mi blusa, sus dientes en mi cuello, el escritorio frío contra mi espalda…
Jesús da un paso atrás.
Y luego otro.
El aire que llena el espacio entre nosotros es tan frío que casi puedo verlo.
—Siéntate, Camila —ordena, señalando el sillón frente a su escritorio. Su tono ha vuelto al de la oficina: profesional, impenetrable.
Confundida, obedezco. Mis muslos rozan el cuero frío del asiento mientras él camina hacia un archivador empotrado. Observo su espalda ancha bajo el suéter negro, la forma en que los músculos se tensan cuando gira la llave de segu