El ascensor del edificio Lumbre huele a recién limpiado y café. Presiono el botón de la planta baja y apoyo la espalda contra la pared fría, cerrando los ojos por un segundo. El cansancio de las últimas semanas, las tutorías con Kathy, las mentiras, la culpa, pesan como una losa sobre mis hombros.
El sonido de pasos acelerados hace que abra los ojos justo a tiempo para ver una mano detener las puertas que están a punto de cerrarse.
Jesús.
Entra con esa elegancia natural que lo hace parecer dueño de cada espacio que pisa, incluso de este cubo de metal de dos metros cuadrados. El olor de su colonia, madera y algo cítrico, inunda el aire de inmediato, haciéndome consciente de cada partícula de oxígeno que compartimos.
—Camila,— dice asintiendo, como si nuestro encuentro fuera casual y no el resultado de mil coincidencias diarias que mi corazón insiste en contar.
—Señor Mendoza.
Las puertas se cierran con un suave clic. El ascensor desciende, pero la tensión entre nosotros sube