La mansión de Jesús parece haberse tragado toda la luz cuando llego. Las ventanas reflejan el atardecer como pupilas enrojecidas, y el silencio es tan denso que casi puedo saborearlo en el aire.
Jesús me recibe en la entrada, su figura recortada contra el vestíbulo oscuro. Tiene una copa de whisky en la mano y la corbata deshecha, como si llevara horas peleando con algo invisible.
—Kathy está arriba —dice antes de que pueda preguntar —Encerrada desde esta mañana. Marcus la dejó.
El nombre del chico cae como un ladrillo entre nosotros.
—¿Qué pasó? —pregunto, quitándome el abrigo con movimientos lentos.
Jesús bebe un trago, el líquido ámbar brillando en la penumbra.
—Parece que no aguantó el susto de poder ser padre—. El chico no dudó ni cinco segundos. Es un hijo de su puta madre, pero es lo mejor.
Un escalofrío me recorre la espalda.
—¿Y por qué estás tan calmado? —pregunto, acercándome — Pensé que estarías furioso. Que querrías matarlo por hacerle daño.
—La ira es in