04.

AURORA

Contuve el aliento sintiendo los vellos de mi nuca erizarse, alertándome del peligro que estaba cerca, demasiado cerca.

Mis manos temblaban, mis labios lo hacían; todo me decía que corriera, pero en su lugar, me di la vuelta.

Lentamente me giré, escuchando mi corazón zumbar en mis oídos, respirando superficialmente, como si eso pudiera hacer algo para salvarme.

Ahí estaba, una figura alta y oscura, mezclándose con las sombras entre los árboles. Sus filosas garras brillan como perfectas cuchillas de donde gotea la sangre fresca de alguna de sus víctimas.

Gira solo un poco su cabeza; él sabe que estoy aquí, él puede olerme a la perfección.

Doy un paso atrás, sintiendo un nudo en mi garganta, mi estómago retorciéndose, las lágrimas de nuevo nublando mis ojos.

Retrocedo con lentitud, hasta que el crujir de una ramita rompe aquel denso silencio.

Cerré los ojos por un segundo, apretando con fuerza los labios, y una vez que los abrí de nuevo, ya no estaba viendo la espalda del Lycan, sino sus ojos, unos ojos rojos carmesí que me miranban con una intensidad inquietante.

Dio un paso hacia mí y con eso fue suficiente para darme la vuelta y correr, escuchando sus pesados pasos venir más atrás.

Sus gruñidos me estremecen; sus garras golpean los árboles con violencia por intentar llegar a mí.

Las astillas caen en mi piel; mi pierna duele como nunca, sacándome algunos quejidos, y comienzo a tropezar cuando el dolor se vuelve insoportable.

El camino se hace más difícil, las raíces sobresalen de la tierra, retrocediéndose debajo de ellas como serpientes venenosas.

La visión se me hace borrosa, la sangre de nuevo fluye suave de la herida latente en mi cabeza.

Tropiezo una vez más, cayendo y deseando que todo esto fuera una horrible pesadilla donde el dolor también es real.

Me doy la vuelta, viendo a la enorme bestia venir, su pecho bajando y subiendo violentamente, sus garras listas para acabar con mi vida.

Intenté alejarme y con lo poco que me arrastraba hacia atrás, él daba un paso hacia mí; este parecía ser su juego, uno que acabó cuando se abalanzó hacia mí con rapidez.

—¡Ahhhh…!— grité, cayendo hacia atrás, cerrando mis ojos con fuerza, esperando que sus colmillos arrancaran mi garganta, que sus garras me destrozaran.

Fue entonces cuando sentí su aliento en mi cuello, acariciando mi piel temblorosa hasta sacarme el aire.

—No— susurré, temblando, las lágrimas saliendo libremente.

Un sollozo escapó de mis labios sin poder detenerlo mientras enterraba mis uñas en la tierra.

Me quedé allí, esperando mi muerte, deseando que terminara rápido con esta agonía, pero eso nunca llegó.

Me quedé quieta, dejando que su nariz recorriera mi cuello, seguramente pensando en la mejor forma de matarme o en qué punto hacerme sangrar más.

Cuando se alejó, me atreví a abrir los ojos, observando su gran presencia cubrir la mía. Su pelaje negro brilla con la tenue luz de la luna; sus ojos rojos profundos me examinan de una manera que no logro comprender.

Repasa mi cuerpo con lentitud, deteniéndose en aquellas partes expuestas que muestran mis heridas, haciéndolo gruñir.

Se levanta y, por instinto, me arrastro hacia atrás hasta que mi espalda toca la corteza de un árbol. Ver un Lycan en un libro es una cosa, pero verlo y tenerlo de frente es totalmente diferente.

Es enorme; su presencia por sí sola grita peligro. Su fuerte dominio es abrumador, aunque no tan sofocante como pensé que sería.

Lo que no entiendo es por qué no me mata. He escuchado suficiente del Lycan del Rey para saber que ha acabado con manadas enteras en una simple noche.

Su sed de sangre es incontrolable y la maldición de nuestra propia luna lo ha convertido en esto.

—Por favor… no— ruego al verlo venir de nuevo hacia mí. Intento alejarme, pero es inútil. Me quedé quieta al sentir sus garras tomarme con cuidado, casi como si no quisiera lastimarme.

Me pegó a su pecho, bajando su cabeza para ahuecar mi cuello. Podía escuchar su corazón latiendo con fuerza, sentir el suave vibrar de su pecho como si quisiera calmarme.

Con miedo, me aferré a su pelaje al sentir que se sentaba bajo el mismo árbol donde estaba. No sabía qué haría y entrar en pánico ya no servía.

Ya estaba en las garras de la bestia más temida de todo el Reino, una que, por alguna razón, no ha querido acabar conmigo.

Todo lo contrario, me sienta en su regazo, mirando atentamente mis heridas que aún sangran.

—Yo… estoy bien…— no sabía si se lo decía a él o a mí misma.

Se acercó a la herida de mi frente y, sin previo aviso, la lamió con delicadeza.

Mierdâ, ya comenzó a saborearme para saber si soy amarga o no. Será cuestión de tiempo antes de que me meta una mordida.

Me removí en sus brazos, queriendo escapar, alejar sus enormes fauces de mí, pero al escuchar su gruñido molesto, me volví a quedar quieta.

Dejé que lamiera mis heridas todo lo que quisiera; para mi sorpresa, estas comenzaron a sanar sin dejar ni una cicatriz en mi piel.

El lobo de mi hermano lo ha hecho un par de veces y nunca sana tan rápido.

—Gracias—dije apenas en un susurro, mirando cómo ahora levanta sutilmente la falda, toda manchada y hecha jirones de mi vestido.

Encogí mis piernas por instinto, sin saber exactamente qué haría.

Tomó la pierna herida con delicadeza, rompiendo con su garra aquel pedazo de tela que até para evitar que sangrara más.

Cada movimiento, cada roce, cada tacto era sutil, nada comparado con lo que pensé que podría ser.

Me quedé atentamente mirando lo que hacía, cómo me curaba cuando no tenía por qué hacerlo; de hecho, debería haber acabado con mi vida y en cambio, me tiene aquí, atendiendo mis heridas como si eso fuera todo lo que le importara.

Giro la cabeza al escuchar ruidos y pasos acercarse.

Me tenso por completo al escuchar su gruñido y sus garras apretarse alrededor de mi cuerpo.

De entre la oscuridad, moviéndose como sombras silenciosas, aparecen guerreros. Algunos en su forma de Lycan, otros en su forma humana.

Vuelve a gruñir con más fuerza, dando una sutil advertencia mientras comienza a levantarse despacio, dejándome sobre las raíces.

—Alioth, tranquilo, soy yo.

Escucho una voz suave, cautelosa. Veo a su madre acercarse; ella encuentra mi mirada llorosa a través del cuerpo que parece proteger su tesoro… o su cena.

—Por favor, déjala, ella está asustada y su familia la está buscando.

Un gruñido fuerte es toda su respuesta, dejando salir su dominio que hace retroceder a todos, mientras que en mi cuerpo comienza a hacer estragos de una forma extraña.

La mirada de la Reina se encuentra con la mía una vez más, llena de algo que no logro comprender.

¿Tristeza?

¿Esperanza?

¿Miedo?

—Está bien, todo está bien. ¿Puedo saber tu nombre?— me pregunta directamente.

—Au… Aurora.

Asiente sin decir nada y luego se aleja con los demas, matando mis esperanzas.

No, por favor, no, no quiero morir.

Él va a destrozarme apenas pueda; solo está jugando conmigo.

Lloro desesperada cerrando los ojos, aceptando mi cruel destino y ya no quise volver a abrirlos; solo esperaré el dolor, aquel que sé que acabará con mi defectuosa existencia.

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