03.

AURORA

Me acomodo cerca de las grandes mesas llenas de comida y vino, en un rincón tranquilo, alejado; donde los murmullos y las risas suenan como ecos ausentes.

Desde aqui podía ver a todos aquellos que habían encontrado a sus compañeros, a los Alfas que buscaban establecer alianzas bajo una máscara de mentiras y engaños bien actuados.

Vi como las mujeres emparejadas y no emparejadas miran hacia el trono y luego las escaleras, ansiosas, acomodando sus cabellos y su maquillaje para impresionar a un Rey que podría considerarse inhumano.

Fue en ese momento cuando algo más llamó mi atención. Un resplandor de luz suave toca mi piel, como una simple caricia que se va extendiendo por todo mi cuerpo.

Mi sielueta comienza a notarse en el suelo pulido, mismo que ahora refleja un destello de luz detrás de mí.

Me giro admirando como de entre las nubes oscuras se va abriendo paso una hermosa luna llena, tranpasando los altos ventanales como una suave cortina que nos cubre a todos.

Ya no pude apartar la mirada; me sentía atraída hacia ella, como si estuviera siendo llamada hacia un destino desconocido.

Pero, mientras yo me perdía en lo hermosa que era, un silencio denso y casi asfixiante comenzaba a cubrir todo el salón.

Las risas cesaron, los murmullos se callaron, y todos se detuvieron en sus lugares, mirando con horror una luna majestuosa iluminando todo el salón.

Me giré con cuidado al ver a la Reina levantarse de su asiento; su expresión de confusión, miedo y angustia disparó todas mis alertas, escuchando cómo ahora mi corazón zumba en mis oídos.

¡BAM!

El primer golpe llegó, seco y fuerte, haciéndonos saltar a todos, mirando hacia el pasillo que se pierde en lo alto de las escaleras.

Un rugido poderoso hizo vibrar las ventanas; el candelabro sobre nosotros tintineó con suavidad mientras todos comenzaban a dar pasos hacia atrás.

¡BAM! ¡BAM!

El golpe constante contra el metal vuelve a resonar con más violencia, haciéndome comprender que una bestia está por salir, pero no es cualquier bestia; es el Lycan del Rey, uno que no dejará nada a su paso más que muerte y sangre.

La Reina se gira hacia nosotros, temblando, con los ojos llenos de lágrimas, el pánico apenas contenido y las manos apretadas en puños a sus costados, hasta que otro rugido rompe aquel silencio.

—¡TODOS FUERA, AHORA!—grita, haciendo que todo el salón estalle en caos.

Los gritos llenan el lugar; las bandejas y los cristales rompiéndose contra el suelo se funden con el alboroto. Todos corren y se transforman, intentando salir por la única entrada que tenemos.

Con el miedo recorriendo cada poro de mi cuerpo, logro moverme, metiéndome entre la multitud mientras soy empujada de un lado a otro hasta casi ser aplastada.

Siento que comienzo a perder el equilibrio y caer aquí sería una muerte segura.

Un par de manos que conozco bien me toman de los brazos. Lessan me rodea como un escudo protector mientras comenzamos a abrirnos paso entre los demás.

—Estoy aquí, Aurora, estoy aquí.

Aprieto su agarre con fuerza, mirando cómo la entrada está cerca, aunque se sienta a kilómetros.

Empujamos hacia la salida, viendo cómo todos salen y se transforman, algo que yo claramente no puedo hacer.

—No te preocupes, una vez fuera dejaré salir a Rex. Debes subir sobre él rápido.

Asiento sin decir mucho, solo mirando al frente, deseando salir, deseando que todos podamos escapar.

Un rugido más cerca, cargado de peligro y dominio, resuena justo en el gran salón. Mis vellos se erizan, mis piernas tiemblan; aquella electricidad que había sentido en un principio regresa abrazando todo mi cuerpo.

Estábamos en la salida, pero ese rugido fue suficiente para que todos se transformaran y se abalanzaran sobre nosotros.

—¡AURORA!— grita Lessan, perdiendo mi agarre.

Soy empujada a un lado con violencia, cayendo al suelo, apenas cubriéndome de los lobos que pasan sobre mí, arañando mis brazos y piernas.

Con una pequeña ventaja, me arrastro lejos de la salida. Me pongo de pie, sintiendo la sangre bajar en hilos por mi piel.

No veo a Lessan por ningún lado; no reconozco a ningún lobo de mi manada. La desesperación y el miedo comienzan a abrumarme, pero no puedo quedarme aquí parada.

Corro hacia donde la mayoría lo hace, internándome en un bosque desconocido sin saber a dónde ir exactamente.

Mantengo mis sentidos en alerta, los pocos que tengo sin una loba. La adrenalina corre por mi cuerpo, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho, y mis extremidades ardiendo por el esfuerzo.

Las lágrimas se deslizan silenciosas por mi rostro, el miedo sofocándome, todo mi ser temblando, tratando de escapar de algo que jamás he visto.

Los lobos pasan corriendo a mi lado; la espesa noche se llena de aullidos de aquellos que llaman a los suyos y yo… yo no puedo reconocer ninguno.

Mi pie se enreda en las raíces de un árbol, haciéndome caer, golpeando mi cabeza contra el suelo. Puntos oscuros danzan frente a mis ojos. El dolor arrasador de mi cuerpo me dice que me quedé allí, pero no puedo.

Un quejido escapa de mis labios al levantarme; un dolor agudo y punzante recorre mi pierna, donde puedo ver una herida abierta.

La sangre comienza a gotear fresca de mi frente por la caída. Mareada, rasgo la tela de mi vestido, envolviendo la herida. Ya no me puedo quedar más tiempo; necesito salir de aquí.

Sigo corriendo lo mejor que puedo entre los árboles, escuchando los aullidos a lo lejos, aún llamando a los suyos.

Ya no hay nadie cerca; todos se han ido dejándome atrás, apenas mirando por dónde voy, con la luz de la luna amenazando con irse.

—Por favor... por favor... no te escondas entre las nubes... por favor.

Rogaba una y otra vez, mirando el cielo lleno de nubes oscuras que parecían abrirse paso ante ella, como si estuviese escuchando mi súplica.

Pero algo cambió, algo que hizo que me detuviera.

La brisa dejó de soplar, el sonido de los grillos cesó por completo. Ya no estaba sola en este bosque; algo más había entrado, algo mucho más intimidante.

El Lycan del Rey me había encontrado.

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