La noche había caído sin clemencia sobre la ciudad, con su manto oscuro envolviendo cada rincón como si intentara apagar las inquietudes que algunos llevaban a cuestas. Pero en lo alto de la colina, donde se alzaba la majestuosa mansión D’Alessio, las luces seguían encendidas, brillando con esa elegancia sobria que solo el poder sabe vestir.
Marcos descendió de su auto sin decir palabra. El chofer, que solía recibir instrucciones precisas, notó la expresión ausente de su jefe y prefirió no preguntar nada. Solo asintió con una ligera reverencia antes de alejarse.
Con pasos largos y tensos, Marcos cruzó el mármol de la entrada, pasó frente a los enormes ventanales y las columnas de mármol, y subió directo al segundo piso, donde estaba su despacho privado. Ni se detuvo en su bar favorito, ni echó un vistazo al salón principal. Esa noche, su mente solo tenía una obsesión.
Isabella.
O más bien, el esposo de Isabella.
Desde que esa mujer había entrado a su vida, nada parecía mantenerse en s