El restaurante tenía una elegancia sobria, casi regia. Las lámparas de araña colgaban del techo como coronas suspendidas, y el suave murmullo del italiano mezclado con el tintinear de copas creaba un ambiente de sofisticación. Era la última cena antes de regresar a casa, la velada que celebraba el éxito de los acuerdos firmados entre D’Alessio Vanguardia y un grupo de inversionistas extranjeros que deseaban abrir puertas en América Latina.
Isabella había llegado con su porte habitual: segura, elegante, impecable en su traje azul medianoche, con un peinado recogido y los labios discretamente maquillados. Caminó junto a Marcos, pero en cuanto ingresaron al salón privado del restaurante, cada quien se ubicó en su lugar. Por protocolo, ella quedó al lado de Alessandro Vitale, uno de los socios italianos más insistentes durante las negociaciones.
Todo iba bien. Las conversaciones giraban en torno al mercado, a las proyecciones financieras, al futuro prometedor.
Hasta que sucedió.
Isabella