El restaurante estaba decorado con elegancia discreta. El mantel blanco, las copas de cristal y la tenue luz natural que entraba por los ventanales daban un aire sofisticado al lugar. Marcos D’Alessio llegó puntual. Puntual como siempre. Vestía de negro, con el saco al brazo y la mandíbula tensa. Su tía lo esperaba sentada en una mesa del rincón, con una copa de vino blanco entre los dedos y la mirada fija en la carta, aunque no leía una sola palabra.
—Tia —saludó con la frialdad de siempre.
—Marcos. Qué bueno que la puntualidad no se te ha olvidado —respondió ella, dejando la carta a un lado y cruzando las manos con elegancia. Su tono era suave, pero su mirada no cedía. Victoria Echeverría no era una mujer que desperdiciara palabras.
—No te he citado solo para almorzar.
Marcos no se inmutó. Se acomodó la servilleta con precisión sobre el regazo, sin levantar la vista.
—Lo imaginé. ¿Algún nuevo escándalo familiar?
—No, Marcos. Esto es más serio que cualquier escándalo, se trata de tu