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Capítulo 5: La sombra que la formó.

Marcos dejó la pluma que sostenía y entrelazó los dedos sobre el escritorio, mirándola con una mezcla de desinterés y frialdad… o eso intentaba aparentar. Porque en cuanto sus ojos se posaron en ella, algo, algo muy incómodo, le recorrió el cuerpo de arriba abajo.

La luz del ventanal caía sobre Isabella, resaltando el brillo sutil de su cabello y el tono suave de su piel. Su figura esbelta, el porte elegante y el gesto firme de su rostro lo descolocaron más de lo que estaba dispuesto a admitir. Tragó saliva lentamente, sintiendo cómo esta bajaba por su garganta como una piedra. Un calor repentino le subió por el cuello, enrojeciendo sus orejas. Se sintió sudoroso, sofocado, como si el aire acondicionado hubiese dejado de funcionar en ese preciso instante.

Y sin embargo, su expresión permaneció intacta. Fría. Hermética.

—Tome asiento —ordenó en tono seco, sin dejar de mirarla con intensidad—. No me gusta perder el tiempo.

Isabella avanzó con paso firme y se sentó con elegancia frente a él. No era una chica ingenua: notó el ligero temblor en la mano de Marcos cuando tomó un vaso de agua, el pequeño suspiro que intentó disimular. Pero también supo, con la misma certeza, que él jamás lo admitiría.

—Tampoco me gusta hacerlo perder el suyo, señor D'Alessio —dijo ella, sin titubear—. Vengo a trabajar, no a discutir.

Marcos entornó los ojos, como si evaluara el tamaño exacto de su desafío. Esa seguridad. Esa postura desafiante que no flaqueaba, ni siquiera bajo su mirada. Era irritante… y peligrosamente atractiva.

—Eso está por verse —replicó, y comenzó a hojear su currículum sin prestarle verdadera atención—. ¿Sabe cuántas personas deseaban este puesto?

—Me imagino —respondió ella con una media sonrisa, tan diplomática como filosa—. Pero fue a mí a quien contrataron.

Él alzó una ceja. ¿Atrevida también?

—No se equivoque. Fue una decisión de la junta. Yo no tuve nada que ver.

—Lo supuse —dijo Isabella—. Si usted hubiera elegido, probablemente no estaría aquí.

El silencio se alargó unos segundos. Marcos no contestó. Solo la miró. Largo. Como si intentara encontrar una grieta en su compostura, algo que la delatara. Pero ella no se movió, no bajó los ojos, no dio señales de incomodidad.

Y eso lo sacaba de quicio.

Pero lo peor, lo más frustrante, era lo otro.

Lo que sentía. Esa tensión silenciosa que se le metía bajo la piel cada vez que ella hablaba. Esa atracción absurda que quería aplastar con desprecio. Porque no podía permitirse mirarla de esa forma. No a ella.

—Empiece por revisar los informes de la semana pasada —ordenó al fin, desviando la mirada—. Quiero una presentación completa mañana a primera hora. Y si no está a la altura, no me temblará la mano para despedirla.

Isabella tomó los documentos sin inmutarse.

—Mejor para usted —dijo, levantándose—. Así no perderá su valioso tiempo.

Y salió del despacho sin esperar respuesta, con la cabeza en alto y una leve curva en sus labios.

Marcos la siguió con la mirada, el ceño fruncido… y el corazón acelerado.

Al día siguiente, el reloj marcaba las ocho en punto cuando Isabella empujó la puerta de la sala de reuniones. No llegó ni un segundo antes, ni un segundo después. Como si el tiempo se acomodara a su voluntad.

Marcos D'Alessio ya estaba allí, revisando algunos papeles con gesto concentrado. O al menos eso aparentaba. Porque en cuanto la vio entrar, su cuerpo reaccionó de nuevo de forma traicionera. No sabía si era la seguridad con la que caminaba, el modo en que sujetaba la carpeta contra su pecho o el hecho de que, sin decir una palabra, dominaba la habitación como si fuera suya.

—Buenos días —saludó Isabella, dejando los informes frente a él con precisión quirúrgica—. Aquí tiene la presentación que me solicitó.

Marcos no respondió. Tomó los documentos y comenzó a hojearlos. Renglón tras renglón, gráfico tras gráfico, proyección tras proyección… todo estaba ahí. Claro. Impecable. Incluso con sugerencias que él no había pedido, pero que tenían sentido. Demasiado sentido.

Se detuvo. Alzó la vista hacia ella.

—¿Hizo esto en una noche?

—En una noche, sí —respondió con suavidad, pero sin modestia—. Aunque admito que no dormí mucho.

No había errores. No había puntos débiles. Hasta la redacción tenía un ritmo ágil, profesional. Le costaba creerlo. Había tenido asistentes antes. Decenas. Ninguno como ella.

Y eso, en lugar de alegrarlo… lo irritó.

—Supongo que quiere impresionar —dijo, sin cambiar el tono—. No está mal. Pero no es suficiente. No aquí.

—No vine a impresionar a nadie, señor D'Alessio —replicó Isabella, sosteniéndole la mirada—. Vine a hacer mi trabajo. Y a hacerlo bien.

Marcos entrecerró los ojos. ¿Qué era eso que sentía? ¿Orgullo? ¿Deseo? ¿Molestia? Todo junto, revuelto como una tormenta mal contenida. Ella le estaba complicando la vida. Y apenas era el segundo día.

Se inclinó ligeramente hacia adelante, dejando los informes sobre la mesa con suavidad.

—Esta presentación podría haber sido firmada por alguien con diez años en el cargo —dijo al fin—. ¿Dónde trabajó antes?

—En ningún otro lado, es mi primer empleo formal.

—¿Tiene experiencia en análisis financiero?

—En la práctica, no mucha. Me gradué hace menos de seis meses —respondió Isabella con naturalidad.

Marcos frunció el ceño. ¿Graduada hacía menos de seis meses? Volvió a mirar los documentos en sus manos, como si esperara encontrar alguna señal de que no los había preparado ella.

—¿Entonces cómo explica esto?

Isabella no titubeó.

—Tuve una mentora extraordinaria —dijo, y esta vez en su voz había algo que no se podía ignorar: una mezcla de afecto y admiración—. Una mujer brillante, rigurosa, obsesiva con los detalles… pero humana. Me formó desde hace un par de años, incluso antes de que pisara la universidad. Me enseñó a pensar con la cabeza fría, pero sin olvidar el corazón. A mirar más allá de los números.

Marcos sintió un extraño nudo en la garganta. No sabía por qué, pero esa descripción… le resultaba incómodamente familiar. Apretó los labios.

—¿Quién es esa mujer?

Isabella se tomó una pequeña pausa. Sus ojos se volvieron más suaves, pero su postura se mantuvo firme.

—No viene al caso, señor D'Alessio. Solo puedo decirle que sin ella, yo no estaría aquí.

Hubo un silencio espeso. Marcos volvió a mirarla, esta vez con menos frialdad y más curiosidad. Había algo en esa chica que lo descolocaba. Una historia detrás de su compostura. Una profundidad que no sabía cómo leer… y eso lo irritaba.

—Si no fuera porque tengo estos documentos en la mano —dijo al fin, intentando recuperar su tono habitual—, juraría que está mintiendo.

—Lo sé —respondió Isabella con una media sonrisa—. Me pasa seguido.

Ella se giró para marcharse, pero justo antes de llegar a la puerta, se detuvo. El silencio entre ambos fue como una cuerda tensa.

—¿Puedo decirle algo más, señor?

—Adelante.

Isabella se volteó apenas, con una expresión segura y luminosa que contrastaba con la oscuridad del despacho.

—Usted es mucho más difícil de impresionar de lo que creí… pero no imposible.

Y sin más, salió, dejando tras de sí el leve perfume a desafío y determinación.

Marcos se quedó sentado, solo, con los papeles aún en la mano y la respiración algo alterada. Bajó la mirada otra vez al informe, como si necesitara reconfirmar que era real. Que todo lo que esa joven había dicho no era una farsa.

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