Pasada la medianoche, cuando la habitación ya estaba en penumbra y el silencio era tan profundo que podía sentirse en la piel, Isabella comenzó a revolverse ligeramente entre las sábanas. Una picazón insistente en la garganta y una leve congestión nasal empezaron a incomodarla.
Primero intentó ignorarlo. Se giró de lado, se acomodó la almohada… pero el escozor en la nariz y la presión en el pecho comenzaron a empeorar.
Se sentó en la cama, respirando con dificultad. Sentía la garganta reseca, un cosquilleo insistente en los ojos, y el pecho más cerrado de lo normal.
—¿Isabella? —La voz de Marcos llegó desde el salón, ronca por el sueño, pero alerta.
Ella se levantó, envuelta en la manta, y salió a tientas.
—Creo que me está dando… una reacción alérgica —dijo con voz nasal, frotándose la nariz con suavidad—. No es grave, me pasa a veces con el polen o con algunos cambios de clima.
Marcos se incorporó de inmediato del sofá, caminando hacia ella con el ceño fruncido.
—¿Tienes algo para e