El gran día había llegado. Desde la madrugada, la mansión D’Alessio y la residencia de Isabella estaban envueltas en una mezcla de emoción, nerviosismo y un frenético ir y venir de asistentes, floristas, maquilladores, fotógrafos y coordinadores. Cada rincón parecía brillar con un cuidado meticuloso: los arreglos florales estaban perfectos, la música preparada, la decoración lista, y los últimos detalles del vestido de Isabella revisados una y otra vez.
Isabella despertó antes del amanecer. Su corazón latía con fuerza y sus manos temblaban ligeramente mientras observaba su reflejo en el espejo del gran vestidor que Victoria había dispuesto para ella. El vestido de novia colgaba frente a ella, magnífico, impecable, un sueño hecho realidad. Cada pliegue, cada bordado, cada pequeño detalle había sido cuidadosamente diseñado para ella, y al verlo allí, listo para que ella lo luciera, Isabella sintió un nudo en la garganta.
—Isabella, cariño, tranquila —dijo Victoria, suavemente, mientras