La mansión D’Alessio estaba convertida en un verdadero hervidero de actividad. El reloj marcaba apenas las nueve de la mañana y, ya desde temprano, todo el personal corría de un lado a otro, asegurándose de que cada detalle estuviera bajo control. El aire estaba cargado de energía, mezclada con un leve aroma a flores frescas y perfume caro, mientras que los teléfonos no dejaban de sonar con confirmaciones de invitados, coordinaciones de proveedores y recordatorios de última hora. La organización de bodas siempre había sido un desafío, pero esta vez parecía que la locura había alcanzado niveles inesperados.
Isabella recorría los pasillos de la mansión, ajustando mentalmente la lista de pendientes que había revisado por tercera vez en menos de dos horas. Su vestido, los arreglos florales, los centros de mesa, las invitaciones que aún tenían que llegar, el menú del banquete, la selección de vinos, la coordinación de los músicos… la lista parecía interminable. Su mirada se posó en la gran