La mansión estaba sumida en un silencio casi absoluto. La luz de la luna se colaba por las grandes ventanas, dibujando sombras suaves sobre los lujosos muebles de la sala principal. La casa había quedado vacía tras la partida de todos los demás, dejando únicamente a Fernando y Leo. Había sido un día largo, lleno de emociones encontradas, de momentos que exigían calma y cuidado. Aunque Isabella permanecía en su habitación, su presencia seguía palpable en cada pensamiento de Fernando, un hilo invisible que lo ataba a la felicidad de la mujer que amaba en secreto.
Fernando se sentó con cuidado en el sillón más cercano a la chimenea apagada, dejando que su espalda se apoyara y su mirada se perdiera en el piso. El cansancio físico se mezclaba con un agotamiento emocional tan profundo que parecía aplastarlo desde dentro. Su corazón, aunque escondido bajo un rostro calmado y sereno, latía con intensidad, cargado de emociones que no podía permitirle mostrar.
Leo, sentado en el otro extremo de