El silencio en la oficina parecía haberse asentado después de aquella conversación tan dura y tan honesta. Marcos seguía sentado, mirando a Fernando con una expresión que mezclaba alivio, gratitud y un cansancio emocional que se le veía hasta en los hombros.
Se pasó una mano por el cabello, respiró hondo y finalmente habló:
—Fernando… —su voz sonó ronca, quebrada— gracias. En serio… gracias por decirme todo esto con tanta sinceridad. Por no ocultarme nada. Por… por comportarte como ese hermano que pensé que había perdido.
Fernando sonrió apenas, con esa sonrisa tranquila que siempre había tenido cuando era joven.
—Marcos…
—No, déjame terminar —insistió él—. Yo… he estado pensando en todo lo que pasó entre nosotros en los últimos años. Y en serio… si tú sintieras algo real por Isabela… si de verdad hubiera algo que te doliera… te juro que preferiría dejarla ir, renunciar a ella. No quiero perderte otra vez, Fernando. No podría.
Fernando se quedó inmóvil.
—Porque… —continuó Marcos, trag