La luz pálida de la mañana se coló tímidamente por entre las rendijas de las cortinas, acariciando la habitación con una suavidad casi cómplice. Afuera, la tormenta había cesado. Solo quedaban charcos dispersos y un cielo nublado que parecía seguir conteniendo secretos.
Marcos abrió los ojos con lentitud. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba… y con quién. Lo supo al sentir el cuerpo tibio junto al suyo, el aroma tenue de lavanda que todavía flotaba en el aire, y el murmullo suave de una respiración plácida que no era la suya.
Se giró apenas. La vio dormida, con el rostro relajado y la boca ligeramente entreabierta. El cabello desordenado caía sobre la almohada como un velo oscuro. La sábana envolvía su silueta con descuido, dejando al descubierto una pierna que él no se atrevió a tocar. No ahora.
No así.
Su pecho se tensó.
Isabella dormía como si no cargara el mundo en los hombros. Como si por fin hubiera soltado un poco del peso que siempre la mantenía alerta. Y por un instan