La camioneta oscura se detuvo frente al imponente edificio del Grupo Valera, un monstruo de acero y vidrio que parecía observarlos desde lo alto con arrogancia. Marcos se bajó primero, respirando con dificultad, pero con los ojos llenos de determinación. Fernando caminó a su lado, atento a cada gesto, preparado para sostenerlo si flaqueaba.
Al entrar al lobby, varios empleados les lanzaron miradas nerviosas. Nadie se atrevió a detenerlos mientras cruzaban directo al ascensor. El ambiente se tensó; cualquiera podía sentir el peso de lo que estaba a punto de ocurrir.
Al llegar al último piso, una secretaria con traje beige se levantó sobresaltada.
—S-señores, no pueden pasar —balbuceó, extendiendo los brazos para bloquearles el camino—. El señor Valera no está disponible. Tiene una agenda muy ocupada hoy. Si quieren una cita, puedo…
Fernando la ignoró por completo y siguió caminando.
—Señor, ¡por favor! —insistió ella, moviéndose para ponerse frente a ellos—. ¡Les estoy diciendo que no