A la mañana siguiente, el hospital estaba más silencioso de lo normal. La luz gris del amanecer entraba por la ventana cuando la puerta se abrió de golpe.

—¿Dónde está ese terco? —gruñó Camilo, aún no creía lo que Victoria le había contado la noche anterior entrando con paso apurado—. ¡Marcos!

Se detuvo al verlo despierto, recostado, aunque bastante pálido. Pero lo que realmente lo paralizó fue notar a Fernando sentado a su lado, con los brazos cruzados y la expresión seria… pero ya sin el odio feroz de antes.

Camilo arqueó una ceja.

—Ah… entonces es verdad —dijo, entre sorprendido y burlón—. ¿Ya resolvieron sus problemas de niños?

Marcos desvió la mirada, incómodo, mientras Fernando soltaba un suspiro cansado.

—Más o menos —respondió Fernando, sin humor—. No fue precisamente una charla tranquila.

—Se escuchó hasta en el pasillo —Camilo murmuró, acercándose a Marcos para revisarlo como si él fuera el médico—. ¿Qué diablos pasó ahora? Porque los dos ya no se ven listos para matarse.

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