La mansión D’Alessio los recibió con un silencio imponente. Las luces cálidas del vestíbulo contrastaban con la sombra de días difíciles, pero había algo distinto en el ambiente… como si, por primera vez en años, la casa respirara esperanza.
Marcos entró despacio, aún adolorido, pero con la mirada firme. No habían pasado ni diez minutos desde que cruzó la puerta cuando ya estaba marcando números y enviando mensajes.
—Necesito a todo mi equipo de seguridad y de investigación interno —ordenó con voz baja pero autoritaria, sosteniéndose del borde del sofá—. Cruce de archivos, informes médicos, acceso a expedientes de hace años. Todo. Y lo quiero rápido.
Del otro lado, su gente respondió con la eficiencia que lo caracterizaba como jefe.
Fernando lo observaba desde la otra punta de la sala, con los brazos cruzados. Él también estaba hablando por teléfono.
—Sí… quiero que rastreen cualquier cirugía realizada en esa clínica el día del trasplante —decía con la voz tensa—. Nombres de médicos,