El silencio del cuarto nuevamente se hizo pesado. No era el silencio incómodo de antes… era otro. Era un silencio que dolía, que abría espacios donde antes solo había rabia.
Marcos seguía mirando la cicatriz de Fernando. La suya ardía bajo la bata, como si de pronto ambas heridas empezaran a latir al mismo tiempo.
Entonces, algo en su cabeza hizo “clic”.
Un pensamiento frío. Lógico. Terrible.
Marcos frunció el ceño, levantó la mano y se tocó el costado nuevamente, exactamente el mismo costado donde Fernando acababa de mostrar su cicatriz.
—Es… es el derecho —murmuró, casi sin aire—. Tu cicatriz está en el lado derecho.
Fernando asintió despacio, aún respirando con dificultad por la discusión.
Marcos parecía descomponerse.
—Y la mía también… —añadió con la voz ronca, temblorosa—. Pero… Fernando… si el doctor dijo que Adrián necesitaba los dos riñones… ¿por qué… por qué demonios a los dos nos sacaron el derecho?
Fernando abrió los ojos, como si esa misma idea recién le perforara el pech