El viento del amanecer soplaba entre los cipreses, haciendo que las flores frescas de la tumba se mecieran suavemente. Marcos permanecía de pie, con las manos en los bolsillos del abrigo, la mirada fija en la lápida blanca donde descansaba el nombre de su padre.
El silencio del cementerio era casi insoportable, y aun así, Victoria lo rompió con una voz baja, pero firme, como si cada palabra pesara toneladas.
—¿Sabes, Marcos? —dijo ella, con los ojos puestos en el mármol—. A veces el pasado tiene que doler otra vez para que recordemos quiénes fuimos.
Guardó silencio unos segundos, respiró hondo, y entonces comenzó a hablar, su voz convertida en una mezcla de nostalgia, tristeza y respeto.
—Era el año 2014 —susurró—. Aquella mañana de febrero parecía tan normal… el cielo despejado, el aire tibio, el sonido de los pájaros entrando por las ventanas abiertas. Tu madre y yo estábamos en la sala de la casa paterna, celebrando lo mucho que habías aprendido. Apenas tenías ocho años y ya hablab