Isabella estaba sentada en la sala, con una manta ligera sobre las piernas y el cabello todavía un poco húmedo del baño. La fiebre había bajado, pero su cuerpo todavía se sentía débil, y cada sorbo del caldo que Fernando le había preparado parecía reconfortarla de manera casi mágica. Observaba cómo él acomodaba los restos de la cocina, recogiendo con cuidado la olla y los utensilios mientras mantenía una sonrisa tranquila, pero con esa atención tan precisa que siempre la dejaba intrigada.
—Fernando… —comenzó ella, con voz suave pero curiosa—. Este caldo… es increíble. De verdad, me siento mejor casi de inmediato. ¿De dónde aprendiste a prepararlo? ¿Es… tu receta personal?
Fernando se detuvo un instante, la mirada fija en un punto indefinido mientras sostenía la cuchara que había usado para probar la temperatura. Sus labios se entreabrieron como si quisiera hablar, pero luego se quedó en silencio, sumido en un recuerdo profundo. Isabella lo miraba, interesada y paciente, notando cómo s