El viernes llegó envuelto en una niebla espesa y una brisa húmeda que se colaba por las ventanas de la ciudad. Para muchos era un día más, el cierre de una semana rutinaria. Pero para Isabella Romano, no. Para ella, era el día de la gran reunión, esa que había preparado durante días sin dormir bien, esa que pondría a prueba su temple, su memoria prodigiosa y su capacidad para sobrevivir en la jungla corporativa del imperio D’Alessio.
Se vistió con un conjunto sobrio y elegante, tan discreto como firme. Su cabello estaba perfectamente peinado, sus labios pintados de un tono neutro, y sus ojos… sus ojos reflejaban una determinación que no había tenido cuando entró por primera vez a aquella empresa.
Llegó temprano a la oficina, incluso antes que el personal de limpieza. Necesitaba repasar todos los puntos de la agenda, revisar los informes y dejar lista cada carpeta con los nombres de los ejecutivos que asistirían. El aire olía a café recién hecho, y mientras lo bebía sola en la sala de