El sol italiano entraba a raudales por las ventanas del café donde se habían sentado tras una reunión con proveedores locales. Marcos observaba a Isabella con atención; algo en ella había cambiado desde la noche en el observatorio y desde que ella descubrió la verdad sobre Adrián. Su rostro, siempre tan expresivo y cercano, ahora mostraba una seriedad que lo desconcertaba, y la distancia que mantenía con él lo hacía sentirse extraño, como si de repente todo el tiempo compartido se hubiera evaporado.
—Isabella… —empezó, tratando de que su voz sonara calmada, aunque no podía ocultar la preocupación—. No entiendo por qué has cambiado tanto. Siempre has sido directa, abierta… ahora pareces otra persona. Tan seria, tan distante… incluso conmigo.
Ella lo miró de reojo, sin alterar su postura, y su expresión permaneció firme, como si cada palabra de él fuera un intento inútil de atravesar un muro que no quería levantar.
—No estoy cambiando, Marcos —respondió con voz medida, controlada—. Solo