Él dio un paso más cerca, hasta quedar casi hombro con hombro junto a ella.
—Isabella… si me lo pides así, no voy a negártelo. —Su voz salió grave, cargada de algo más profundo que un simple consentimiento—. Nos quedaremos.
Ella sonrió con alivio, como si hubiera ganado una pequeña batalla. Sin pensarlo, se dejó caer en uno de los bancos de madera que rodeaban el telescopio e hizo un gesto para que él se sentara a su lado.
—¿Ves? No fue tan difícil —bromeó, dándole un pequeño empujón con el hombro.
Fernando se sentó, pero en lugar de mirar las estrellas, fijó su atención en ella. El contraste era curioso: Isabella, que siempre se mostraba tan fuerte y contenida, ahora tenía la expresión de una niña que se negaba a irse de una feria.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti ahora mismo? —preguntó él, con voz calmada.
—¿Qué cosa? —replicó ella, arqueando una ceja con curiosidad.
Fernando sostuvo su mirada sin apartarse ni un segundo.
—Esa sonrisa tuya… y esos ojos brillantes. —Lo dijo c