Charlotte sostuvo a Isabella entre sus brazos, intentando calmar esa risa nerviosa que se le escapaba entre sorbo y sorbo de alcohol. El abrazo duró más de lo normal, como si quisiera retenerla, protegerla del peso de lo que cargaba dentro. Apenas se apartaron, Isabella la miró con los ojos húmedos, encendidos por la ebriedad y la tristeza.
—Charlotte… yo también estoy casada —soltó de repente.
La secretaria se quedó helada, sin aire, con las manos aún apoyadas en los hombros de su amiga.
—¿Qué? —susurró incrédula—. Isa, ¿me hablas en serio?
Isabella se dejó caer en el sillón, con esa risa amarga que no lograba disimular el temblor de su voz.
—Sí… casada. Con un hombre al que nunca he conocido, un matrimonio por compromiso, una firma que me ata a un fantasma.
Charlotte la observó, con el corazón golpeándole el pecho.
—No… no puede ser. ¿Y Marcos? ¿Él sabe esto?
Los labios de Isabella temblaron, y bajó la mirada.
—Sí —susurró apenas audible—. Marcos lo sabe. Se dio cuenta, lo descubrió