El auto se parqueó frente a la lujosa residencia de Isabella. El motor se apagó, y el silencio nocturno la envolvió de golpe. Pasó la tarjeta por el lector en la entrada, escuchó el pitido metálico y el portón se abrió con suavidad. Todo parecía igual que siempre, pero dentro de ella nada estaba en su lugar.
El eco de las palabras de Camilo resonaba aún en sus oídos. “¿Por fin me vas a presentar a tu esposa?”. Esa simple frase había derrumbado el mundo que Isabella creía seguro. Esposa. Marcos estaba casado. El hombre que la había besado con furia, que había hecho suyo su cuerpo tantas veces, que la había mirado como si fuera la única mujer en la Tierra… tenía una esposa.
Cerró los ojos por un instante antes de salir del coche. Sus piernas le temblaban, pero se obligó a caminar hasta la puerta principal. El lujo de la mansión, los detalles dorados en el vestíbulo, las luces cálidas encendidas… todo parecía burlarse de ella, recordándole la vida perfecta que aparentaba tener y lo rota