Stephan
Un sonido amortiguado hizo que abriera los ojos bruscamente. Tal como lo hacía normalmente, cuando el peligro me hacía reaccionar con violencia. Sin embargo, pronto me di cuenta de que aún estábamos en la cabaña. A salvo.
Parpadeé un par de veces, aún adormilado, y entonces la vi.
Oriana, se encontraba, junto a la ventana empañada, con la cámara en las manos.
La luz naranja del atardecer iluminaba su perfil mientras enfocaba con concentración, absorta en su mundo. Su cabello caía en ondas suaves sobre sus hombros, y sus labios se fruncían levemente cada vez que ajustaba el lente. No sabía qué era más hipnótico, si la forma en que sus dedos se movían con precisión sobre el aparato o la devoción con la que miraba a través del visor.
«Она красива». (Es hermosa).
Pensé y recordé el momento exacto en que la vi por primera vez: su silueta iluminada por la luz mortecina de un farol, la cámara entre sus manos, sus labios entreabiertos cada vez que capturaba un escenario horrible.
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