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New York
Alexander
Excusas eran lo que me faltaban para evitar viajar a Mónaco, pero aun así detestaba la idea de separarme de Claire. Como un iluso, creí que podía negarme; incluso intenté escudarme en que era “el rostro de la familia”. Estupidez. Lo único que conseguí fueron los regaños de mamá, igual que en mi infancia cada vez que desafiaba sus órdenes.
Para colmo, antes de partir tuve que soportar los reproches de Nicholas mientras sostenía el volante con esa calma suya que siempre me irritaba.
—Alexander, saca esa cara de amargura —dijo, con una media sonrisa—. Al menos no tendrás que soportar a la prensa ni los ataques de histeria de Elizabeth.
—Eso lo dices porque mamá volvió a respaldarte —respondí, conteniendo la rabia—. Pero dudo que obtengas la presidencia si… llegamos a confirmar la muerte de papá.
—No me interesa la presidencia —replicó Nicholas tras una pausa—. Ahora lo que me preocupa es el accidente de papá… y tu actitud.
—¿Qué hice ahora? —me quejé, exasperado.
—Andas distraído desde hace algún tiempo. Síntomas de amor —dijo con sorna—. ¿Cuándo me la presentas?
—Nicholas… ¿mamá te mandó a investigarme?
—No, pero no soy ciego —respondió sin perder el tono burlón—. Y por tu bien, más vale que cumpla las expectativas de mamá. De lo contrario, ese noviazgo será una tortura.
Había demasiada verdad en sus palabras. Pero ya era tarde. Estaba enamorado de la hija de nuestro enemigo: Claire. Y solo quedaba esperar a sobrevivir cuando esa bomba terminara por estallar. Mientras tanto, otra lucha me consumía: las dudas sobre la muerte de mi padre.
Al llegar a Mónaco, cualquier esperanza se desvaneció en un parpadeo. El aire olía a sal, a humo… y a pérdida. El detective a cargo de la investigación me recibió con un gesto serio, de esos que ya dicen más que cualquier informe.
—Señor Harrington —comenzó, revisando sus notas—, hasta el momento mi equipo ha confirmado la explosión del yate de su padre. Encontramos restos en el área del siniestro… pero ningún cuerpo.
Sentí un nudo apretarse en el estómago.
—Eso no significa que esté muerto —respondí, intentando controlar la voz—. Pudo sobrevivir a la explosión, tal vez esté en el mar… esperando ser rescatado.
Hice una pausa, luego añadí con firmeza:
—Le exijo que envíe a su equipo a rastrear el área.
El detective resopló, cansado, cruzando los brazos.
—Nadie sobrevive a una explosión de ese tipo, señor Harrington. Lo que usted pide es un milagro. ¿Sabe cuánta gente desaparece en el mar a diario?
—Si es por dinero, no se preocupe —repliqué, con el tono quebrado por la rabia—. Necesito un equipo de rescatistas día y noche revisando el perímetro, hasta que encuentren algo concreto.
El hombre me sostuvo la mirada un segundo antes de volver al expediente.
—Ya encontramos restos del yate —dijo—. Tenemos registrada una llamada de auxilio a la guardia costera, minutos antes de la explosión.
Hizo una pausa.
—Y según los testimonios, su padre ordenó a la tripulación que lo dejara solo en la embarcación.
Mi mente se detuvo.
—¿Qué está sugiriendo, detective? —pregunté con frialdad—. ¿Piensa que se suicidó?
—Me remito a los hechos, señor Harrington —contestó sin inmutarse—.
Guardó los papeles y se incorporó—. Voy a dar por cerrada la investigación. Le aconsejo aceptar la muerte de su padre… y preparar el funeral.El silencio que siguió fue insoportable. Solo el sonido lejano de las olas rompía el aire, mientras yo intentaba aceptar lo que ni siquiera podía comprender.
Lo cierto es que después de comunicarle a mi madre la respuesta de la policía en Mónaco, optó por organizar el funeral de mi padre. Todo tan rápido, tan mecánico.
Yo, en cambio, solo quería huir de los protocolos, de los mensajes, de los silencios incómodos. Y antes de enfrentar el interrogatorio familiar, necesitaba verla a ella. A Claire. Hablarle. Respirar junto a alguien que no me exigiera entereza. Todavía no sabía cómo sacarme de encima esta sensación de vacío… y de miedo que me atravesaba el cuerpo.Apenas puse un pie fuera del avión, mis pasos me arrastraron directo a su puerta. Y en este instante, toco el timbre. Tal vez sigue durmiendo. Insisto una vez más.
Cuando por fin se abre la puerta, ahí está: ojos adormecidos, el cabello revuelto, y esa mirada cálida que siempre me desarma.—¡Alexander! —exclama, entre sorpresa y ternura—. No te esperaba tan pronto.
Antes de que pueda decir algo, me abraza con fuerza. Y me rompo. Como un niño perdido.
Apoyo la frente en su hombro, respiro hondo, y apenas logro murmurar:
—Hola, Claire… —mi voz se quiebra—. Mi padre está muerto.
—Ven —dice con suavidad—, entremos.
Entre sus manos entrelaza las mías y me guía al interior del departamento.
Un rato después
Ya le conté todo: la odisea con la policía, la impotencia, las respuestas vacías.
Ahora estoy recostado sobre su regazo, exhausto, sintiendo sus dedos recorrer distraídos mi cabello mientras trato de procesar lo imposible.—Todo parece una pesadilla interminable… —susurro con un nudo en la garganta—. Ni siquiera pude despedirme de él. Solo un frío nos vemos… y ya.
—No te culpes, Alexander —responde en voz baja—. No podías saber que esto pasaría.
—Eso es lo que no me cierra… —respiro hondo—. Nuestra última charla fue… peculiar.
Ella busca mi mirada.
—¿Peculiar cómo?
—Me habló del legado, de la familia… de esas cosas que decía cuando quería dar lecciones. Pero esta vez fue diferente. Casi como si supiera que iba a morir.
—A veces la negación es más cómoda que la verdad —dice, acariciando mi frente.
Niego con la cabeza.
—No es negación, Claire. Hay algo que no encaja. ¿Por qué le pidió a la tripulación que bajara del yate? ¿Por qué quedarse solo?
Ella guarda silencio unos segundos, luego suelta una media sonrisa.
—Tal vez estaba con alguna amante y necesitaba privacidad. Ya sabes, para evitar problemas con tu madre.
Hace una pausa y añade.
—¿Crees que está vivo? —pregunta al fin—. ¿Y si todo fue planeado? ¿Si fingió su muerte? ¿Y si esto… tiene que ver con la ruina de los Beaumont?







