En el mismo día del aniversario, exactamente a medianoche, Alejandro publicó en sus redes sociales un extenso mensaje lleno de gratitud y amor hacia Valeria.
En pocas horas, las reacciones superaron los diez millones. Las pantallas electrónicas de toda la ciudad reproducían en bucle un video romántico editado por él mismo, mostrando al mundo cuánto la amaba.
Frente a su mansión también se había reunido una multitud. Sobre el camino había 1825 ramos de rosas rojas, y en el centro un enorme anillo hueco de cristal, repleto de ropa y bolsos de las marcas más exclusivas.
En lo alto, una caja de música repetía sin cesar la voz cálida de Alejandro:
"Amor, feliz aniversario, te amo como siempre."
Con el rostro inexpresivo, Valeria cerró la puerta y se metió bajo las sábanas, como si nada de aquello tuviera que ver con ella.
Al poco rato, sonó el teléfono.
—Amor, hubo un problema inesperado en la negociación. Hoy no podré estar contigo, pero en cuanto regrese lo celebraremos juntos —dijo Alejandro con un tono lleno de disculpas.
Escuchando aquella mentira tan torpe, Valeria soltó una risa temblorosa.
—No importa, concéntrate en tu trabajo.
—No estás feliz —él lo notó de inmediato—. Preparé muchas sorpresas, espero que te gusten. Te compensaré dentro de unos días.
—No, de verdad. El trabajo es importante. Me siento mal, necesito dormir un poco —respondió ella, cortando la llamada con frialdad.
Encogida bajo la manta, luchó por contener el dolor.
Afuera, la celebración continuaba. Drones surcaban el cielo formando figuras luminosas que declaraban su supuesto amor.
Periodistas llegaron para entrevistarla, buscando reforzar la imagen de la pareja perfecta.
El teléfono de Valeria no dejaba de sonar con llamadas de Alejandro.
Mirando su nombre en la pantalla, la vista se le nubló. Quería contestar, quería gritarle, ¿por qué rompiste tu promesa? ¿Por qué amas a otra mujer?
Pero finalmente apagó el móvil y se escondió bajo las cobijas.
No supo cuánto tiempo pasó, hasta que de repente alguien levantó la manta. Una luz fuerte le hirió los ojos.
Contra la claridad apareció Alejandro, desaliñado, pálido, con el rostro lleno de angustia.
Asustado porque ella no contestaba sus llamadas, había vuelto corriendo. En cuanto la vio, la abrazó con desesperación.
—¡Qué alivio encontrarte en casa! Perdóname, perdóname —su voz era ronca y entrecortada. Sus ojos estaban rojos y su cuerpo temblaba—. Nunca más te dejaré sola. Sin ti al teléfono sentí que el cielo se me caía encima. Nada es más importante que tú. He vuelto para pasar el aniversario contigo.
Valeria guardó silencio. Él creyó que aún estaba molesta, y se arrodilló frente a ella.
—Amor, prométeme que nunca volverás a ignorar mis llamadas. Si lo haces, moriré de dolor.
Su miedo y nerviosismo parecían sinceros. Sí, la amaba, pero no solo a ella.
—Volviste rápido —dijo Valeria con una sonrisa amarga. El rostro de Alejandro se tensó, culpable.
—No has comido en todo el día, ¿verdad? Vamos al restaurante giratorio —dijo, acariciándole el cabello para desviar el tema.
—No quiero.
—Entonces descansa. Yo bajo a cocinar algo para ti.
—Está bien —respondió ella, dándole la espalda.
Él salió suspirando.
Unos minutos después, el alboroto en la planta baja la obligó a bajar. El salón estaba lleno de amigos de Alejandro, colgando de nuevo las fotos en la pared.
—Hermana Valeria, Alejandro estuvo a punto de morir del susto, nunca lo vi tan nervioso.
—La próxima vez dínoslo a nosotros, lo regañamos por ti. No tires las fotos ni apagues el celular, lo volverás loco.
—Si no te hubiéramos encontrado, de verdad se volvía loco.
—Es cierto, al ver la pared vacía hasta se desmayó, luego quería rebuscar en la basura.
***
—¡Basta! —Alejandro salió de la cocina con el delantal puesto, visiblemente molesto—. Todo fue culpa mía, hice sufrir a mi esposa, merezco cualquier castigo.
—Alejandro es un devoto de su mujer, hasta su dignidad la deja de lado. Qué suerte tiene Valeria —comentó Lucía, entrando con cara de envidia.
Alejandro le sonrió con ternura a Valeria.
—Por supuesto, es mi esposa. Mi deber es mimarla.
Un escalofrío recorrió a Valeria. Lo único que veía en él era hipocresía.
Pero no quiso exponerlo.
—No cuelguen las fotos. Quiero pintar la pared de otro color —dijo en voz baja.
—Perfecto, pues así se queda, lo que diga mi esposa —respondió él, abrazándola de la cintura.
Las bromas volaron:
—Alejandro, eres un esclavo de tu mujer.
Él no se ofendió.
La llevó al sofá y volvió a la cocina.
Preparó sus platos favoritos, pero Valeria los masticaba sin sabor.
Mientras con una mano le servía con aparente ternura, bajo la mesa entrelazaba los dedos con Lucía.
De pronto, Valeria lo sintió absurdo, lo único que deseaba era escapar, salir de su vida cuanto antes.
Después de la cena, Alejandro no le dio opción: le puso los calcetines y zapatos, y la tomó en brazos para salir, sus amigos aplaudían y bromeaban.
Lucía también reía, aunque en sus ojos Valeria alcanzó a ver un destello de odio y celos.
Alejandro había preparado un espectáculo de fuegos artificiales en el mar, con la banda favorita de Valeria tocando en vivo.
A mitad del show, él se excusó diciendo que iba al baño y como movida por un impulso, Valeria lo siguió.